Ignacio Llamas

2003

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Beauty and art as a thirst for infinity

La belleza. ¿Qué es la belleza? ¿Cuál debemos considerar? Partiré de una afirmación que existe dentro de la fe católica. Es la de considerar a Dios bajo tres atributos: como Bondad absoluta, como Verdad y como Belleza, también absolutas. Por lo tanto, al menos para el mundo católico, la belleza absoluta, la Belleza con mayúsculas es un atributo de Dios, es Dios mismo.
Siendo así, que lo es, cualquier manifestación artística ha de entenderse como expresión de la Belleza, y por lo tanto expresión de Dios. Esto no quiere decir que deba responder a una iconografía religiosa. Pero si presupone que toda expresión artística posee un carácter espiritual. Es una manifestación de lo más íntimo y profundo del ser humano, que tanto en su proceso de creación como de percepción te hace participar de lo divino que llevamos en nuestro interior y por lo tanto nos acerca al sobrenatural.
Así ocurrió en los albores de la historia del hombre, donde arte y religión eran una misma cosa. Donde el arte tenía un marcado carácter ritual y chamánico. Lo que sucede es que a lo largo de la historia religión y arte han sufrido un largo, costoso y en ocasiones muy doloroso proceso de individualización, de definición, mediante el cual han llegado a convertirse en dos realidades plenamente diferenciadas. Dos formas distintas de poderse relacionar con lo sobrenatural. Una vinculada más directamente a la bondad divina y la otra a la belleza sobrenatural. Dos caminos diversos para alcanzar una única meta: la relación con lo divino. No haciendo entre ellas una vinculación u ordenación jerárquica, sino ambas equiparadas en su calidad de vías de relación con lo Absoluto.
Si consideramos que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, dentro de cada uno de nosotros habrá una parte especialmente sensible a la Bondad, pero también otra a la Verdad y una tercera a la Belleza. Como cada uno de nosotros es diferente, estas tres partes no pueden tener la misma intensidad, variando su proporción para cada individuo. Por esto algunos estarán más sensibilizados a la Bondad, al ser ésta la que predomina en su composición interna, otros en la búsqueda de la Verdad, y, por último, otros en la relación con la Belleza. Y si nos fiamos de las leyes de probabilidad, hemos de asumir que aproximadamente un tercio de la población mundial estará particularmente creado para relacionarse con la Belleza. Esta distribución numérica no tiene por que ser igualitaria, pudiendo darse que una de las tres vías de relación con lo trascendente aglutine a un mayor número de individuos. También es posible que esta proporción haya variado a lo largo de la historia, y que en ella influyan agentes como la diversidad geográfica o cultural. Lo importante es que una considerable proporción de la población mundial está creada para establecer una relación con el sobrenatural, principalmente, mediante la Belleza.
Esto no quiere decir que todo este porcentaje de población deba ser artista. Este es tan sólo uno más de los que trabajan directamente en el mundo de la plasmación y comunicación de la Belleza, en el cual están presentes como creadores: los diseñadores, arquitectos, artesanos, estilistas, etc., pero también estarían críticos, historiadores del arte…, como teóricos. Una gran mayoría de este tercio está formada por los espectadores, es decir, receptores activos de la belleza. Personas capaces de emocionarse con alguna de sus múltiples manifestaciones, ya sea una obra de arte, un elemento de la naturaleza o cualquier otra manifestación estética.
Arte como comunicación.

Se puede considerar la belleza como una vía de relación con el sobrenatural, pero también como un proceso de comunicación con el ser humano.
Considerar cualquier manifestación artística como proceso de comunicación, solo es concebible si percibimos el arte como un lenguaje. Un lenguaje no sometido a unos códigos o a unas normas, que nos permitan racionalizar la información recibida y captar de un modo objetivo el mensaje comunicado, como así sucede con el lenguaje escrito o el oral.
Un lenguaje en el que el proceso no es racional, sino emocional. El lenguaje plástico no está hecho para transmitir ideas o conocimientos concretos, o al menos no se puede considerar ésta su vocación principal. Está concebido para comunicar la verdadera naturaleza de las cosas, su esencia. El aroma genuino de las cosas no puede ser encerrado en cuadrículas, ni hallado mediante raíces cuadradas o cálculos infinitesimales. Quizás pueda ser tan difícil de medir y calcular cómo el amor de los enamorados o de unos padres por sus hijos, que escapa a toda consideración de la razón. Por ello, la comunicación de lo esencial tiene que ver más con el corazón y la intuición de cada uno que con la razón objetiva. Este tipo de transmisión no es posible hacerlo con un lenguaje que dé como resultado una comunicación objetiva, dirigida a la razón. Se consigue mediante una transmisión directa al corazón de cada individuo, y por tanto subjetiva, al estar sujeta a la sensibilidad y capacidad de captación de cada uno.
Una forma de comunicación, en cierta medida jeroglífica, cuyos significados son captados únicamente por la intuición. Comunicación artística que es capaz de transmitirnos la esencia de la Creación y en particular del ser humano.
Las imágenes creadas, los sonidos compuestos o los volúmenes construidos son pistas a seguir, mapas del tesoro, que nos indican el camino que debemos tomar para descubrir el ansiado botín, que no es otra cosa que la relación con lo absoluto. Relación que intenta dar respuesta a los interrogantes más profundos del ser humano, los referentes al sentido de su propia existencia, que sosiega el alma en su contemplación y la llena de plenitud.
Por esta razón el verdadero artista no habla de sí como individuo, aunque utilice, en ocasiones, como elementos de ese jeroglífico, acontecimientos de su propia existencia. Se expresa a sí mismo en cuanto es miembro integrante de la familia humana. De manera que el artista no expresa su particularidad, comunica lo que en su interior hay de consustancial a todo ser humano.
El arte, aunque es comunicación, no es un lenguaje convencional. No esta hecho para contar particularidades, comunicar ideas concretas o transmitir emociones momentáneas, por ello carece de normas precisas y bien definidas. Está concebido para transmitir a los demás la esencia del ser humano. Para hacer que lo infinito sea percibido. Para contar lo infinito presentando lo finito.
Una imagen artística se puede crear, sentir, aceptar o rechazar, pero, como ya hemos apuntado, no se puede comprender en un sentido racional. Se debe percibir emocionalmente y de un modo intuitivo, pero no se comprende exclusivamente con el intelecto.
En una obra de arte se puede analizar su estructura interna o su vinculación con el pasado y el futuro. Se puede conocer su temática o comprender el concepto que quiere comunicar o la idea que en ella se ha pretendido plasmar, pero esto no es captar la esencia artística. No es rozar la eternidad que una obra de arte permite contemplar.
Todos los procesos de análisis anteriormente señalados son procesos racionales, que pueden ayudar en la captación emocional de la obra de arte, pero nunca pueden sustituirla. Quedarse simplemente en estos análisis no es comprender la creación artística. Es quedarse en los estratos periféricos de ésta, sin llegar a su interior, sin compartir con ella el fragmento de cielo que nos ofrece.
He de recordar lo anteriormente dicho: el arte es comunicación con el sobrenatural. Es una vía de relación con el absoluto. Por esta razón el jeroglífico, que constituye cada obra de arte, permite que lo infinito sea percibido, que lo absoluto sea captado y transmitido, comunicado, contado a otro ser humano. Y la forma de contarlo, de comunicarlo es mediante elementos concretos como el color, la textura, el sonido, el silencio o un movimiento, y es la belleza contenida en estos elementos, es la belleza encerrada en las relaciones que entre ellos se produce, la que porta en sí la llave para la relación con la Belleza, para la comunión con lo Divino.
En este contexto es también posible concebir el arte como conocimiento.
Arte como conocimiento

El arte constituye un proceso de conocimiento, que posibilita un modo de entender las cosas, la Creación, el Hombre, la propia vida en su ser interno, no en su apariencia externa. Su esencia y no su constitución y características. Por ello, es un proceso intuitivo, que como ya hemos apuntado, no está concebido para captar las particularidades de la Creación, como hace el pensamiento racional o científico. Nos da acceso a un conocimiento que nos permite captar, de un modo emocional, la esencia del ser humano, que da respuestas a los interrogantes más profundos del hombre.
Es necesario por parte del artista aprehender este conocimiento para poderlo transmitir a la obra de arte en el momento de la creación artística. Y así, ésta a su vez poderlo ofrecer al espectador.
El proceso inicial de conocimiento en el creador, se hace posible gracias a la inspiración artística. En ella, la Belleza hace partícipe al artista de lo infinito, que penetra en la obra de arte casi sin sentir, sin ser él consciente. En la creación de la obra artística, el autor, mediante elementos parciales y subjetivos, construye imágenes que portan en su interior la verdad absoluta transmitida en la inspiración. Mediante la belleza, que se da en la relación entre los diferentes elementos particulares que constituyen la creación artística, se participa de la Belleza. La inspiración no es otra cosa que el conocimiento directo de algún fragmento de la verdad absoluta contenida en la Belleza, y que ésta nos quiere donar. Es un deslumbramiento en el que el artista participa de lo trascendente, para así poderlo traducir en elementos estéticos y racionales que quedarán plasmados en la obra creada.
El canal por el que se produce la transmisión del Conocimiento, desde la obra de arte al espectador, es la emoción estética, es decir la relación directa y estable con la belleza plasmada en la obra de arte, que es reflejo, como hemos apuntado, de la Belleza absoluta.
El contenido del conocimiento transmitido es la Verdad.
La forma de encaminarse del hombre a la verdad absoluta es, por tanto, doble. Por un lado está el camino científico con sus enunciados racionales en los que mediante el estudio de las particularidades se trata de llegar a lo absoluto. Y por otro el artístico, que mediante la intuición y la emoción estética, permite descubrir, de un modo siempre nuevo, distintos aspectos de la naturaleza de la vida y de la esencia del propio ser. Por tanto de lo Absoluto.Arte como relación

La belleza de la creación plástica, que es participación de la Belleza divina, no se encuentra en los elementos que la obra de arte contiene, sino en la relación entre ellos.
Cualquier obra artística, en cada una de sus múltiples manifestaciones, está constituida por un complejo número de relaciones internas y externas. Estas relaciones pueden darse entre elementos similares o, como veremos a continuación, lo más frecuente es que se den entre elementos aparentemente contrarios. En este segundo caso no se trata de optar por uno de estos dos opuestos, sino de tener en cuenta ambos, en una relación de diálogo en la que cada contrario se complemente. Se trata de buscar, en la comunión de ambos, el método de trabajo que permita la realización de obras capaces de transmitir esa inspiración. Entre las relaciones posibles, mas importantes, podemos citar algunas.

La primera relación debe darse entre las diferentes partes que constituyen la obra de arte. Ha de existir una relación armónica y equilibrada entre la parte formal y la conceptual de la plasmación artística; entre el aspecto estético de la obra y la idea que, con ella, se quiere comunicar; entre los materiales seleccionados y la temática elegida, no debiendo predominar una sobre la otra. Ambas deben estar presentes en su justa medida, de tal modo que la creación se pueda percibir como un todo.
Esto quiere decir que el artista debe utilizar aquellos recursos que sean imprescindibles: la obra de arte debe ser rica porque usa todos los medios que necesita, pero, a la vez, debe ser pobre y emplear tan solo los medios imprescindibles, sin emplear ninguno superfluo. La escasez de medios va en detrimento de la obra de arte, si produce en ella una desarmonía. Pero el exceso, que supone un adorno innecesario, también perjudica a la creación, exactamente por la misma razón: la falta de equilibrio entre sus elementos plásticos y conceptuales.
Una obra que no tiene un contenido, una idea detrás, es solo escaparate, solo fachada, es únicamente decoración. Una obra, que da una importancia tan grande a la idea, que quiere comunicar, que se olvida, o no tiene suficientemente en cuenta el aspecto plástico, será muy interesante, pero no pertenecerá al campo de la Belleza, sino al de la Verdad.
Se debe comunicar, contar, pero sobre todo se debe sugerir. Y es mediante esta relación de equilibrio como el espectador percibe ese algo mas no presente, no representado.

Una segunda relación, que debemos tener en cuenta, es: la verdadera obra de arte debe establecer un diálogo con el pasado, pero también con el futuro. Para ello, no renunciará a las enseñanzas que las obras precedentes nos transmiten. Tampoco debe quedarse exclusivamente en ellas. Debe ser novedosa y hacer evolucionar el mundo artístico igual que lo hicieron las obras del pasado en su momento. Es la única forma de poder crear también una relación con los artistas y el público del futuro, como los del pasado la crean actualmente con nosotros.
La obra de arte debe cumplir dos cometidos: debe ser fiel a las normas de la belleza, transmisor de éstas. Y también debe generarla; es decir: desarrollarla y, por lo tanto, descubrir alguna de sus normas todavía ocultas.
Si se concibe la belleza, (que hace referencia a lo creado: naturaleza, obras de arte…) como participación de la Belleza, entonces es fácil pensar que ésta es algo inabarcable y que, por lo tanto, la belleza siempre estará en continua evolución, en permanente desarrollo, para aproximarse cada vez más a la Belleza.
En consecuencia, paso a paso se va descubriendo nuevas normas de la belleza que la harán más semejante a la Belleza y que la hagan participar de Ella más profundamente.
Cuando se crea una verdadera obra de arte, ésta participa de todas las normas, ya existentes, de la belleza. Además en sí contiene una nueva norma: nueva para la belleza, que así se desarrolla, pero no para la Belleza.
En un principio la obra de arte puede ser tomada como fea y, en apariencia, romper con las normas de la belleza y, por lo tanto, no ser considerada arte. Con el tiempo se comprende la novedad que conlleva y se descubre la norma de la belleza que llevaba oculta, pasando a ser asumida y a ser utilizada como un valor más. Este proceso en ocasiones se realiza de forma casi inmediata, pero en otras se necesita un período de tiempo más largo. Éste depende, principalmente, de la madurez estética de la sociedad receptora y de la carga de novedad que aporte la obra de arte.
El artista asume estas características ya conocidas de la belleza y las usa en su proceso de creación e incluso, en ocasiones, puede transgredir alguna de ellas. La finalidad que se persigue es desarrollar, evolucionar las normas, aunque, en apariencia, se vaya contra ellas. Esto es parte del proceso de renovación y readaptación continua de la belleza, para asemejarse lo más posible a la Belleza. Puede darse que esa norma que se transgrede, incluso que se rechaza, no sea verdaderamente una norma universal y atemporal de la belleza, sino parcial y ligada a una determinada época y concepción estética. Por esto su eliminación o, mejor dicho, su nueva valoración forma parte de la evolución del arte y de la belleza.
El artista tiene la misión de poner su talento al servicio de la belleza para así ratificar cada una de esas normas, y por lo tanto ser su transmisor. Tiene, así mismo, la misión de innovar (no habrá de inventar), de profundizar de tal manera en la belleza, que sea capaz de generarla. El artista no puede conformarse con un recrearse en las normas ya conocidas. Debe arriesgar, debe profundizar, para ser generador de belleza, no sólo transmisor. Si no se es las dos cosas a un tiempo: transmisor y generador de belleza, no se es un verdadero artista, no se aporta nada al arte ni a la belleza. Se utiliza el arte tan sólo para un disfrute personal, cómodo, sin el riesgo al fracaso, al error, a la incomprensión. Le cierra el paso a la verdadera belleza, aquella que no permanece inmóvil, que está en permanente evolución; aquélla que tiende constantemente a ser más Bella.
Por lo tanto, el artista está llamado a ser transmisor de la belleza, pero sobre todo, a ser generador de ésta; a correr más veloz que la belleza.

El artista debe, en el momento de la creación, ser un canal puro de la inspiración, y poner todos los medios plásticos y racionales al servicio de la transmisión de la inspiración recibida para su creación. Este proceso se da en dos momentos diferentes: la inspiración a modo de arrebato místico y la creación artística, donde intervienen todas las funciones racionales, manuales, talentos y profesionalidad del creador. Entre ambos momentos debe haber una intensa y profunda comunión, que posibilite la obtención de una verdadera obra de arte. Aquí estaríamos hablando de una tercera relación.
En el momento de la inspiración, la Belleza comunica al artista la porción de infinito que debe quedar impresa en la obra de arte. Ésta, la inspiración, se da de una manera fulgurante, a modo de luz deslumbradora. O puede llegar como una lluvia suave y continua que va poco a poco empapando todo el desarrollo del proceso creativo. Pero, así mismo puede irrumpir en la creación artística de la mano del dolor. Dicho dolor se produce, en algunas ocasiones, en el proceso. Mas que un diálogo con la obra en gestación, asistimos a una lucha en la que se destruye y reconstruye sucesivamente, hasta llegar a dotar a la obra de una forma bella. Angustia semejante al dolor de parto.
En muchas de las ocasiones, un proceso de creación doloroso viene dado por causas como la ruptura con un lenguaje propio ya superado y la consiguiente búsqueda de uno nuevo para hacer evolucionar tu proceso creativo. O la ruptura con un lenguaje artístico del pasado lejano o próximo, ya conocido. Es decir, del corte con algunas de las normas del pasado, para posibilitar el desarrollo del arte en su camino hacia la Belleza infinita.
El proceso de creación artística, que debe darse en estrechísima relación de comunión, con la inspiración recibida, es el periodo en el que se materializa la obra plástica. En él deben intervenir todas las capacidades y talentos del artista, tanto innatos como adquiridos, intelectuales como intuitivos, artísticos como técnicos, emocionales como racionales, físicos como espirituales. Es el proceso en el que se traduce la intuición en materialización, lo general en particular, lo intangible, eterno y universal en palpable, temporal e individual, lo infinito en finito. Es el momento en el cual se genera el mapa del tesoro, el jeroglífico que, mediante una temática particular, unos materiales concretos, unas ideas particulares y unas formas determinadas, nos posibilita acercarnos al Paraíso, a la eternidad.

El artista en el momento de la creación debe ser fiel a sí mismo, es decir individual, particular. Pero al tiempo debe tener un carácter universal. Carácter que comparte con la obra artística. Ésta es la última relación que quisiera mencionar.
La universalidad de la creación artística no está en la temática particular de cada creador sino en la porción de Belleza que logra comunicar. Está en la participación que de infinito, o de eterno hay en ella. Su universalidad y su atemporalidad devienen de su participación de la Belleza.
El ser universal del artista le hace ser comprendido por los demás, independientemente de su raza, cultura o época histórica. Esta universalidad no se consigue mezclando un poco de cada cultura o de cada momento histórico, ni tampoco pretendiendo una uniformidad. La riqueza está en la diversidad. Para que esto sea posible el artista debe estar enraizado en su propia cultura, en su propio periodo histórico, ser fiel a su propia formación socio-cultural e histórica. Sólo así se consigue ser comprendido por el resto de la humanidad (por sus contemporáneos y por sus sucesores) y con ello ser universal.
El artista siendo fiel a sí mismo y a sus raíces sabe quién es. Esto le permite ser capaz de abrirse a los demás, a otras culturas, a otros periodos históricos, a otras artes, a otros conocimientos, etc. El saber quien eres te da la fuerza para recibir lo diferente a ti como una riqueza y no como una amenaza. Te permite participar de otras formas de comprender la vida y el arte. Te posibilita asumir otras manifestaciones plásticas distintas a la tuya o la de tu cultura sin riesgo de contaminación o perdida de identidad, como aportación positiva al propio ser y actuar artístico.