Penumbras del ser, 2024
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Hormigón y metal.
37 x 44 x 27 cm.

Penumbras del ser

Penumbras del Ser es una pieza que nos confronta con las profundidades del ser humano, revelando los límites, traumas y conflictos internos que configuran nuestra identidad. 

En ella se combina una estructuras de hormigón que nos recuerda a colectores –fríos, cúbicos y funcionales– con una malla metálica oxidada, creando un diálogo visual entre lo físico y lo intangible.

Las estructuras de hormigón funcionan como metáforas de las heridas internas que cargamos. Cavidades oscuras, semejantes a sumideros que conducen hacia lo desconocido, invitan a reflexionar sobre esos espacios emocionales que a menudo ocultamos o evitamos explorar. Son formas toscas que evocan los muros que el ser humano levanta para protegerse del dolor y, al mismo tiempo, los que lo aíslan en su interior.

Cada grieta y textura en el hormigón se convierte en un testimonio de nuestra fragilidad, recordándonos que los traumas no solo moldean quiénes somos, sino también cómo habitamos el mundo.

Por otro lado, una malla metálica oxidada atraviesa la pieza como un eco perturbador de la razón. Este material, corroído y frágil, encarna la dualidad de nuestra mente racional: una herramienta esencial para comprendernos, pero también un filtro que muchas veces obstaculiza nuestra capacidad de aceptar errores y enfrentarlos.Nos habla del deterioro de una lógica inflexible, incapaz de lidiar con las verdades más incómodas, revelando cómo la resistencia a confrontar lo más profundo de nosotros mismos puede llevarnos a la parálisis emocional.

La obra, con su presencia, nos habla del proceso de sanación como un viaje arduo pero necesario: de cómo la razón, en su afán de explicarlo todo, puede convertirse en una barrera, pero también en un puente cuando se permite ser vulnerable y permeable. Penumbras del Ser invita al espectador a reflexionar sobre los rincones oscuros que habitan en cada uno de nosotros, donde las sombras se convierten en mapas de lo que aún queda por explorar, aceptar y transformar.

Es un espejo que nos reta a mirar más allá de lo evidente, a reconciliarnos con nuestras fragilidad y a encontrar, en medio de las fracturas, la posibilidad de reconstruirnos.

Acoger las sombras, abrazar las heridas, 2024
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Hormigón, metal y vidrio.
4 piezas de 31 x 24 x 31 cm.

Abrazar las sombras

La obra Acoger las sombras, abrazar las heridas nos sumerge en un diálogo entre la dureza del pasado y la posibilidad de sanación. Cuatro estructuras de hormigón emergen como vestigios de una historia silenciada: los traumas que nos conforman, las heridas que nos acompañan desde la infancia. Su presencia es un recordatorio de lo que a menudo ocultamos en lo más profundo de nuestro ser.

Entre estas formas de aparente rudeza, se esconde un elemento de fragilidad: un pequeño fragmento de vidrio. Su brillo sutil, casi efímero, nos habla de lo que permanece intacto dentro de cada ser humano. Símbolo de la esencia luminosa que todos portamos, nos recuerda que la regeneración es posible, que toda herida puede ser abrazada y transformada.

La obra interpela al espectador desde su propia experiencia emocional, proponiendo un recorrido introspectivo en el que el hormigón no solo es peso y encierro, sino también refugio; donde la dureza del material dialoga con la transparencia del vidrio, y donde lo que fue trauma puede convertirse en espacio de reconciliación. Es una invitación a mirar hacia dentro, a reconocernos y, sobre todo, a descubrir la luz que nos atraviesa y nos devuelve la posibilidad de sanar.

Nadie nos enseña a morir, tampoco a vivir, 2024
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Hormigón, yeso, luz y sonido.
Medidas variables (128 x 200 x 370 cms aprox).

Nadie nos enseña

La instalación artística «Nadie nos enseña a morir, tampoco a vivir» nos invita a reflexionar sobre los aspectos fundamentales de nuestra existencia: la vida y la muerte, la materia y el espíritu, lo tangible y lo intangible. 

En esta obra, un gran vaso de hormigón se erige como un contenedor, simbólico de la condición humana. Su presencia robusta, marcada por grietas, manchas e imperfecciones, es un reflejo de la vida misma, de las cicatrices y huellas que nos dejan las dificultades, traumas y complejos que todos arrastramos. Estas imperfecciones no son errores, sino testimonios de lo vivido, de la fragilidad y la transitoriedad del ser. En su interior, se encuentra un espacio vacío, inmaculado, que nos habla de la esencia pura y luminosa, que es inmutable, y que reside en lo más profundo de cada individuo, más allá de las limitaciones. 

Las siete piedras que acompañan la obra, dispuestas a su alrededor, hacen alusión a la parte racional del hombre, aquella que, en ocasiones, limita o estructura nuestra percepción espiritual. Estas piedras, representaciones de la lógica y el control, en su rigidez pueden obstaculizar el acceso a la comprensión profunda e intuitiva de nuestra propia existencia. También nos recuerdan que la racionalidad no es incompatible con la espiritualidad, sino que el camino es la integración de ambos aspectos del ser.

A través de esta dualidad, la instalación nos invita a cuestionarnos cómo habitamos nuestros propios cuerpos y nuestras psique, cómo nos relacionamos con lo efímero de nuestra existencia y cómo, a pesar de las heridas, siempre tenemos la posibilidad de sanarnos.

 


Ser vulnerable

Un vaso, en su esencia, puede contener vida y muerte: acontecer útero y urna funeraria. La vida y la muerte, lo natural y lo artificial, lo material y lo espiritual, la luz y la sombra, la felicidad y el dolor se disuelven en una única entidad. 

La obra nos invita a reflexionar sobre la vulnerabilidad, es decir, la capacidad de mostrarnos en nuestra máxima fragilidad. Ser vulnerable es una virtud, un acto de valentía que nos permite crecer y mostrarnos humanos. 

La aceptación de nuestras imperfecciones nos conduce a la sabiduría y nos permite fluir con la vida sin resistencias.

Lo que transcurre entre un pensamiento y otro, 2023
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Hormigón, yeso, luz y sonido.
Medidas variables (40 x 800 x 1000 cm aprox).

Entre un pensamiento y otro

Esta obra, de carácter instalativo, nos invita a reflexionar sobre la relación entre pensamiento, intuición y espiritualidad. Lo que transcurre entre un pensamiento y otro nos enfrenta a los procesos mentales y al vacío que los separa, instándonos a prestar atención a aquello que ocurre en esos intervalos: la propia vida.

El elemento protagonista, la piedra, se presentan como una metáfora de los pensamientos, hablándonos de lo concreto, lo racional, aquello que nuestra mente estructura y define. Sin embargo, es en el espacio entre ellas donde se revela lo intangible: la intuición, la sensibilidad, la dimensión espiritual del ser humano. Ese vacío, lejos de ser ausencia, es un territorio fértil donde florece la conexión con lo esencial y la posibilidad de trascender lo puramente racional.

La pieza se completa con la presencia de pequeños cuencos, que pueden leerse como una metáfora del ser humano: recipientes vacíos capaces de recibir la trascendencia. Su oquedad simboliza la apertura a lo desconocido, la disposición a acoger lo intuitivo y lo sagrado. En contraste con las piedras, que evocan lo denso y definido, los cuencos nos recuerdan nuestra capacidad de ser receptivos, de dejarnos llenar por aquello que escapa a la razón.

En una sociedad que privilegia lo racional en detrimento de lo intuitivo, la instalación se erige como una llamada a recuperar la conexión con las emociones y el hemisferio derecho del cerebro, recordándonos que la racionalidad llevada al extremo puede deshumanizarnos. Nos habla de nuestra dimensión espiritual, de la necesidad de reconectar con la sensibilidad, la contemplación y la profundidad del ser. Nos invita a recuperar el equilibrio entre la mente, el cuerpo y el alma.