Jesús Cobo

2000

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Ignacio Llamas y el caos

En uno de sus cuadernos de dibujo, realizado en Roma hace pocos meses, Ignacio Llamas ha escrito con letras grandes tres palabras: Caos/Error/Feo. La posible relación lógica entre ellas parece apuntar, en el ánimo del pintor, a la equivalencia. Pero su interpretación no es ni sencilla ni razonable, porque los tres conceptos que estas palabras atesoran son singularmente dramáticos y escurridizos. En cualquier caso, Llamas parece haber querido aprisionar con ellas -con lo que dicen y con lo que insinúan- un delicado estadio de transición formal, y seguramente conceptual, de su pintura, que ha tenido lugar, precisamente, durante su reciente estancia en Roma. Caos, error y feo serían así tres candados -y tres llaves también- que cierran y abren una sutil frontera entre dos ámbitos sucesivos de una misma estética.

Lo esencial sigue siendo -¿cómo no?- la mirada, una mirada al exterior caótico, una mirada codiciosa pero serena. Llamas había dado ya buenas pruebas de ella de esa especial condición que convierte al artista en un buhonero de las formas, de los colores, de los signos. La reversión de esa mirada resulta inevitable e induce otra mirada, interna ahora, que se apagaría si no existiese otro caos, gigantesco, inviolable, en la conciencia del artista. Esa mirada interna y ese caos propio aseguran, en última instancia, la expresividad de la obra y la hacen superar la mera copia de la realidad.

Pero, ¿qué realidad es ésta? El pintor selecciona, relaciona y compone. Componer, aquí, es lo mismo que dibujar, dibujar con otros medios, sin lapiceros ni pinceles. Lo natural -o el natural- es sólo base o almacén, punto de apoyo, y se transfiere al cuadro con cuidadosa fidelidad. Pero lo que resulta es otra cosa, una realidad nueva, un universo desvelado y puesto en evidencia por el artista, que, de esta manera, puede decirse que lo crea. En este caso, la creación tiene mucho de reciclaje, de recreación o de renacimiento. También de jubilosa prestidigitación. La actitud de Ignacio Llamas ante lo natural es parecida a la de los románticos: sólo el taller acaba y cierra la creación.

El signo adquiere, junto al fondo del cuadro, protagonismo casi total. La forma y el color están a su servicio y el mismo fondo, tan cuidado y hermoso, actúa con función semiótica. Pero los signos han cambiado. Había en la obra anterior de Ignacio Llamas una alusión excesiva a lo arqueológico, a elementos de culturas prehistóricas que eran muy fácilmente -sentimentalmente además- reconocidos como símbolos por el espectador. Llamas ha tenido el acierto de despojarse de ese lastre, bello pero gastado, y ofrecernos ahora un repertorio nuevo: el mundo fresco y sugestivo del dibujo industrial, arquitectónico y publicitario.

Otra oferta del caos. Diferente. Otra ocasión de evidenciar la potencia lírica de Ignacio Llamas, vigoroso y desconcertante. Casi todo remite al preciosismo, a la pulcra actitud de quien transfiere de una realidad a otra -de uno a otro caos- sin quedarse con nada entre los dedos. No hay que tenerle miedo al esteticismo: sólo naufragan en él los malos artistas, los que están, en rigor, fuera de toda posible estética.