Pilar Cabañas Moreno

2005

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Contornos del silencio

La aproximación a la obra de Ignacio Llamas es siempre una doble llamada a ir en profundidad. Doble, porque como artista que se interroga y camina, deja aflorar en sus cajas los deseos de ahondar en el significado de la creación artística; y por otro lado, porque para el espectador supone una invitación a entrar en otro mundo, en un mundo interior en el que descubrir los misterios de su propio ser.

Si trasladáramos el trabajo emprendido por él al laboratorio de un biólogo utilizaríamos el término “diseccionar”, porque es verdaderamente una labor de definición y análisis, pero desde la intuición.

En series anteriores Ignacio Llamas comenzó a emplear la belleza que era capaz de generar para hacernos experimentar “el sonido interior”, para hacernos descubrir los “lugares del alma”. En aquellas obras nos invitaba a percibir la infinitud del universo generando pequeños microcosmos en los que las reducidas dimensiones de figuras, árboles y mobiliario, nos hacían advertir el silencio y la soledad de lo inconmensurable.

Ahora la sensación de inmensidad ha desaparecido. Antes el personaje y el espectador se buscaban en el silencio. Ahora el silencio habita en ellos. La persona es su último contorno, su recipiente más preciado.

Los árboles han multiplicado su escala, han perdido el verdor de sus hojas y se encuentran en medio de espacios arquitectónicos. Un elemento exterior que penetra en un espacio interior.

Son árboles que simples y desnudos dibujan su silueta en el espacio. Han perdido todo adorno. La naturaleza con sus ritmos cíclicos los despoja temporalmente de todo aquello que podría parecer accesorio, y los hace conscientes de su ser.

Al crecer el árbol desplaza el silencio que ahora ocupa, pero inserta en él sus raíces y escribe con sus ramas en su calmada quietud. Encerrados en las estancias del alma en ocasiones proyectan sus sombras, en ocasiones atraviesan los muros, en ocasiones se convierten en el punto más luminoso, y con frecuencia son el lugar de encuentro y de llegada.

Pero el silencio no es algo que está, algo a ser descubierto, sino algo que hay que construir, siendo las puertas, oquedades, paredes y escaleras los elementos encargados de definir los contornos del recipiente que lo acoge y conforma.

Sin embargo, viendo las cajas oscuras esparcidas en el taller, son simples contenedores, que conforme se pulsan los interruptores y se iluminan las aberturas comienzan a revelar toda su belleza. Entiendo que son imágenes de luz, es ella la que traza los contornos del silencio. Este paso del ocultamiento a la revelación semeja todo un milagro.

Por tanto, siendo importantes en esta definición del silencio los elementos que ya hemos mencionado como el árbol, las escaleras, que nos indican que estamos en presencia de unos espacios para ser recorridos, los muros que crean ocultamientos y misterios…, todos ellos quedarían ignorados, permanecerían callados, sin la elocuencia de la luz.

El árbol necesita la luz para que broten sus yemas, y necesita de la luz para que sus ramas se perfilen en el espacio, para que sus sombras se proyecten sobre el muro hablando de los silencios del ser. Los peldaños de las escaleras no alternarían sus franjas claras y oscuras sin ella. Los huecos de las puertas que abren recorridos y esconden lo desconocido no podrían definirse sin la luz que los oculta o los ilumina.

Y sin embargo, ella no es simplemente la que alumbra. En el proceso de simplificación en el que constantemente camina este artista, la sombra es la esencia del ser y la luz se ha convertido en presencia, en el espíritu que anima el silencio y define sus contornos.
Contornos del silencio e Imágenes de luz.