Ignacio Llamas

2019

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Art and Mysteries

No hay en esta intervención una intención de teorizar y mucho menos de generalizar. Es un intento de comunicar mi forma de entender el arte y, por consiguiente, de relacionarme con él. Es una visión personal fruto de la experiencia y de la reflexión.

El tema propuesto es la relación entre Arte Contemporáneo y fe cristiana, yo voy a tratar de abrir un poco más el círculo y establecer dicha relación con cualquier creencia religiosa o experiencia espiritual.

Por ello voy a centrar mi intervención en dos argumentos que, inicialmente, pueden parecer distantes pero que, creo, están íntimamente ligados:
– El arte como camino de relación con la transcendencia
– La superación del concepto de artista como genio creador y su sustitución por el modelo de artista como intermediario entre lo tangible y lo intangible.

Propongo estos dos consideraciones para intentar extraer una conclusión: arte y religión son dos vías de espiritualidad para el ser humano, y en este nexo común debe pivotar la relación entre ambas.

Hay muchos modos de afrontar el hecho artístico y muchas maneras de entender el arte. Éste, para mi, no es otra cosa que una forma de dar respuesta a los grandes interrogantes del ser humano, interrogantes que se repiten a lo largo de la historia. Para ser más precisos, es un modo de plantearse las preguntas, más que de obtener respuestas. Si estas llegan no tiene un carácter general. Dentro de cada uno de nosotros, espectadores, debemos encontrar nuestras propias respuestas.

En una obra de arte, las imágenes creadas, los sonidos compuestos o los volúmenes construidos son solo manifestaciones externas de algo más profundo. Son pistas que nos indican el camino a seguir para acceder a lo intangible.

Me gusta la imagen acuñada por el escritor Jesús Cobo que concibe el arte como el acoso tenaz a los misterios, y al buen artista como aquel que los desvela, que hace posible, por un instante, poder retirar el velo que los cubre y aprehender una pequeña parte de las enseñanzas que contienen. El artista esta llamado, durante el proceso de creación de una obra, a asomarse a los misterios, al igual que lo está el espectador al contemplarla.
Entender el arte como una creación capaz de desvelar misterios y al artista como un obrero que arranca, con su perseverancia y honestidad, obra tras obra, fragmentos a lo desconocido, para con ellos dotar a su vida de un sentido y, por extensión, a la vida de cada persona. Este asedio interminable da la posibilidad a la humanidad de conocer y conocerse cada vez mejor. Esto me lleva a concebir el hecho artístico como un modo de conocimiento profundo que permite afrontar los interrogantes de la existencia humana.

El arte, como actividad humana que es, no tiene capacidad de revelar todos los misterios, solo alcanza a mostrar los que el hombre es capaz de comprender. Pero eso sí, siempre en constante crecimiento, haciendo que cada obra de arte, si de verdad lo es, nunca se agote.
El artista es el que está llamado a asomase al abismo y comunicarlo al resto de la humanidad. La captación de los misterios, que es intuitiva no racional, se transmite a los demás transformándolos en los conceptos, formas e imágenes que componen la obra de arte.

Apoyado en mi experiencia he llegado a entender que la inspiración tiene dos fases diferentes. Una primera en la que el creador se deja deslumbrar por una luz cegadora y una segunda en la que el artista tiene que dotar de forma lo contemplado para hacerlo legible a los demás. Estas dos fases pueden darse en momentos diferentes o entrelazadas.

La obra de arte tiene una inagotable capacidad de transmisión, su origen y su sentido final siempre permanecerán como secretos inaccesibles a la mente, solo mostrados, en un acto de vaciamiento, a la emoción.

Acercarnos al proceso creativo de este modo me lleva a plantear el arte como uno de los posibles caminos que la persona tiene para establecer un vínculo con lo espiritual. Me hace caer en la cuenta que persigue los mismos objetivos que la religión, es decir, la relación con alguien o con algo que le transciende. Por esta razón concebir la relación entre ambos como confrontación no tiene sentido. Arte y religión son dos vías que caminan de la mano en la búsqueda que el ser humano realiza, con incansable esfuerzo, para relacionarse con algo que está más allá de él, que para un creyente, sea de la religión que sea, se concreta en la idea de Dios.

Existen muchos modelos de artistas. Con el que yo me identifico, tiene más que ver con la idea de conector de realidades diferentes que con la de genio creador. Bajo este prisma, el artista no es un ser todopoderoso, que tiene las claves para guiar a la humanidad. En mi modo de concebir el arte no hay sitio para esta figura, tan presente en el siglo XX. Mas bien, el papel del artista es el de mediador, el de posibilitar que algo que le sobrepasa impregne su producción del aroma universal y atemporal que toda obra de arte tiene. El arte sucede a pesar del artista.

Cualquier obra de arte, si de verdad lo es, no se limita a comunicarse con sus contemporáneos. Tiene la capacidad de transmitir un conocimiento profundo a las generaciones sucesivas. Bajo mi punto de vista, no es posible que esta virtud la aporte una persona. El artista, por genial que sea, no tiene capacidad para dialogar (llegar a un entendimiento profundo) con otra persona que contemple su creación quince siglos después. Esta suficiencia viene de su participación en los misterios, no del talento del artista.

Esta doble función, de la que hablábamos antes, la de participación en los enigmas de la existencia y la de su traducción a un lenguaje accesible, solo se puede llevar a cabo desde la humildad que supone la anulación de uno mismo para dejar que sea Otro el que lo realice, como muy bien explica Eugen Herrigel en su libro “Zen en el arte del tiro con arco”, cuando afirma que es ELLO quien dispara la flecha para acertar en la diana.

Profundizando un poco más, sin perder de vista que se trata de planteamientos personales, me doy cuenta que el hecho artístico no es fruto del empeño creativo, sino que es una gracia, un regalo que recibimos. Por lo tanto, no cabe una actitud de orgullo, soberbia, por parte de quien tiene la misión de generar la obra de arte, sino todo lo contrario, una actitud de vaciamiento y de suspensión del discurso personal, para convertirse en un canal de transmisión y, como tal, ser lo más limpio y transparente posible para permitir a los misterios llegar a la obra y convertirla en una verdadera obra de arte.

Es cierto que en todo proceso creativo aparecen, necesariamente, reflejadas las vivencias personales de su creador, sobre todo vivencias de carácter doloroso. Esto no contradice lo anterior. Las emociones y situaciones vividas por el artista son la materia prima que el arte usa para transformarlas en contenidos universales, para hacer que la obra de arte tenga la capacidad de ir más allá del tiempo y del espacio. Este proceso de gestación de ideas abiertas partiendo de situaciones personales tiene lugar durante el proceso de formalización. El arte hace posible esta alquimia al dotar a las ideas particulares de una materia plástica, musical o literaria, que las convierte en conceptos accesibles a todo ser humano, de cualquier época y cultura. Es la experiencia que hacemos nosotros, como espectadores, con la obra del pasado. Para poder acceder a estos contenidos es necesaria, por parte del espectador, la misma actitud de vaciamiento que se le exige al creador.

El arte es un hecho transcendente, que se da como un regalo, por lo tanto no depende de uno. Esto no quita que sea necesario, para que se pueda experimentar, una actitud receptiva, de despojo de nosotros mismos, de suspensión del discurso interior. Esta premisas deben estar presentes, como ya hemos explicado, en el proceso de creación, por parte del artista, siendo igualmente imprescindible en el momento de la recepción, por parte del espectador. En esencia la experiencia es la misma: asomarse a los misterios y transcender a nuestras propias limitaciones.

Esto me lleva a plantearme que el arte no reside en un objeto, ni mucho menos en el artista. El arte es relación, la que se establece entre el artista y la obra en su proceso de construcción, la que se produce entre la obra y la inspiración que la genera, y la que se da entre la obra y el entorno en el que se muestra. También surge en la relación que se produce entre el espectador y la obra una vez terminada. Por tanto la pregunta que hay que hacerse no es donde está el arte sino CUANDO se produce el hecho artístico.

Tratando de aportar algo al tema planteado en esta mesa: la relación entre arte contemporáneo e iglesia, diré que no conozco muchas experiencias enriquecedoras al respecto, pero hace un año tuve la suerte de encontrarme con una que, a mi juicio, es un luminoso ejemplo. Me refiero a la iniciativa llevada a cabo por la Diócesis de Colonia al poner en marcha el Museo de la Kolumba. Y más que el museo la propuesta expositiva que contiene. Paseando por sus salas encontré una gran sintonía con el modo de entender el arte, el diálogo y la relación entre creación y espiritualidad que acabo de comunicar.

A modo de ejemplo diré que confrontar una obra de Joseph Beuys con un Cristo románico del siglo XII me parece un modo extraordinario de universalizar el tema del dolor y cómo éste puede ser transformado en algo que construye a las personas. La pieza de Beuys traduce un importantísimo mensaje cristiano a un lenguaje legible por el no creyente y la talla del crucificado potencia al máximo, al cargarlo de un significado profundo, el concepto de dolor que la escultura del artista contemporáneo propone.

Como conclusión me parece importante remarcar la idea de que arte y religión son caminos válidos para el desarrollo espiritual de la persona. En este sentido el arte contemporáneo ha dado pasos de gigante al hacerse eco de los sufrimientos, dolores y miserias del ser humano y desde su trascendencia poder sublimarlos convirtiéndolos en un material que permite a la humanidad abrir sus horizontes y mejorar. Esta propuesta también la desarrollada por la religión.

Mi experiencia vital y artística me ha llevado a ir, poco a poco, con el paso de los años, borrando los límites entre actividad artística y creencia religiosa. Y a entender ambas como dos vías paralelas por las que se puede transitar en busca de una íntima relación con la transcendencia. Estas dos vías en algunos casos, como el mío, se entrecruzan constantemente.

E insisto en algo que apuntaba más arriba, si esto es así, ambas vías persiguen la misma finalidad, lo que, bajo mi punto de vista, las hace hermanas, no rivales, y mucho menos enemigas. Ambas tienen mucho que aprender la una de la otra. Están llamadas a trabajar juntas para lograr una sociedad mejor, más espiritual y más humana.